
Andrew Niccol, director de la maravillosa Gattaca, nos regaló en 2002 una película que, sin llegar al nivel de su predecesora, se atrevió a imaginar un escenario que hoy, 23 años después, sentimos mucho más cercano. La película se llama S1m0ne y, cuando leas su sinopsis, entenderás por qué la menciono.
Imagina a un director de cine, hastiado de trabajar con grandes estrellas de Hollywood y, ante la inminente fuga de una de ellas en plena producción, decide crear su propia estrella virtual para poder controlar la narrativa de sus próximos proyectos. ¿No te suena un poco a lo que podrían ser los siguientes pasos de la IA?
Los últimos avances de Google con Veo y de OpenAI con Sora dejan clara una cosa: hoy ya es posible generar clips y secuencias audiovisuales a partir de una simple descripción. Todavía no hablamos de largometrajes completos creados sin intervención humana, pero el salto cualitativo de la última generación de IA demuestra que ese escenario está cada vez más cerca.
Como plantea la película S1m0ne, estamos ante una solución o un problema, según el lado desde el que lo mires. Desde el punto de vista artístico, tanto actores como técnicos lo ven como una auténtica pesadilla: amenaza empleos y cambia procesos creativos que llevan más de un siglo funcionando. Desde el lado económico, sin embargo, supone una reducción de costes muy significativa, además de abrir las puertas a creadores que, de otro modo, jamás habrían tenido la oportunidad de mostrar su obra a una audiencia masiva. Plataformas como YouTube permiten esta difusión pero también mayor saturación puesto que la competencia es más feroz.
Podríamos decir que estamos ante una globalización de la creación de contenido. Sí, es un problema para los lobbies del cine, que siempre han marcado el camino bajo sus propias reglas y limitaciones. Tendrán que adaptarse para encontrar la forma de sacar tajada de algo que, en principio, parece estar por encima de ellos. Por otro lado, está la posible aparición de nuevas estrellas cinematográficas que no tendrán existencia física, pero sí virtual. No es ciencia ficción: fenómenos como la cantante holográfica Hatsune Miku o influencers virtuales como Lil Miquela demuestran que el público puede encariñarse con figuras que no existen en el mundo real. Me resulta imposible no pensar en cómo serán esas alfombras rojas en las galas de premios cuando esto se democratice hasta el punto de convertirse en lo habitual.
Pero, volviendo al presente, si nos detenemos a analizar la facilidad con la que hoy es posible generar un vídeo en Veo o en Sora, entendemos hasta qué punto el oficio de contar historias puede cambiar para siempre. No hablamos de un futuro lejano, ni de una tecnología confinada en laboratorios: está aquí, en la palma de la mano, y no distingue entre un estudiante de cine con un portátil viejo y un gran estudio con millones de presupuesto.
La pregunta es: ¿qué pasará cuando el espectador no pueda diferenciar si la actriz que llora en pantalla existe o no? ¿O cuando la película que acaba de ganar un festival internacional haya sido creada íntegramente sin un solo equipo humano en un set?
La magia del cine siempre ha jugado con la ilusión, pero ahora esa ilusión puede llegar sin personas, sin cámaras y sin localizaciones reales. Quizá el reto no sea evitarlo, sino decidir qué hacer con ello: ¿lo usaremos para expandir la creatividad o para abaratar costes y repetir fórmulas hasta el hartazgo? Como en S1m0ne, todo dependerá de quién tenga el control… y, sobre todo, de si el público todavía quiere creer en la mentira más hermosa: que lo que ve en la pantalla tiene alma.
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